Originalmente, la leyenda de la planchada inició en el Hospital San Juan de Dios, de la Ciudad de México. En dicho hospital una chica llamada Eulalia entró a formar parte del personal de enfermería en el hospital. Era una chica de buena presencia, con cabellos rubios, ojos claros y facciones finas, con una actitud amable y educada aunque revestida por un ligero aire de seriedad.
A este mismo lugar, llegó a hacer sus prácticas profesionales un doctor de nombre Joaquín, quien al poco tiempo de conocer a Eulalia la hizo su novia. Quisieron ocultar su romance de las monjas que administraban el hospital, porque no era bien visto.
Duraron un tiempo así y, como todo marchaba bien, Joaquín le propuso matrimonio a la inocente enfermera, ella aceptando. Sólo como condición, el joven doctor le pidió que lo esperara seis meses porque tenía que tomar un curso de medicina en Monterrey.
Pasó el tiempo y, cuando estaba por cumplirse el lapso, Eulalia, con la ilusión de que pronto se casaría, compró el vestido de novia. Al mismo tiempo, en el hospital hubo un baile y cuando le preguntaron a Eulalia si asistiría, ella dijo que no porque no estaba su novio Joaquín. Uno de los doctores le dijo que estaba equivocada, porque Joaquín se había marchado a Monterrey a casarse.
Tal noticia derrumbó a Eulalia, provocando que no fuera más a trabajar. Pero ante la carencia económica, regresó al hospital siendo otra. Trataba de mala gana a los pacientes, no les daba sus medicinas y se dice que muchos murieron por sus negligencias.
Una noche –cuenta la leyenda- se le apareció la muerte reprochándole sus actos, condenándola a una eternidad cuidando a los pacientes en estado grave. A partir de este encuentro, nadie volvió a ver a Eulalia; nadie de sus compañeras o doctores, porque los enfermos sí, preguntando quién era esa mujer de buenos modales, con el uniforme bien planchado que les había llevado sus medicinas...





